viernes, noviembre 18, 2005

ENVIDIA

¿A qué diablo tengo que venderle el alma para escribir algún día como este tío? La película, por cierto, me pareció un puto coñazo. Que alguien desarrolle semejante arrebato poético a partir de ella y, al mismo tiempo, consiga convencerme de que el equivocado era yo, tiene triple mérito.

(En larazon.es)

"Bergman, un final feliz"
«La idea de que uno pasa de ser a no ser es difícil de concebir», escribía Bergman al hilo de «El séptimo sello». «Para una persona con constante miedo a la muerte, es extraordinariamente liberadora (...) Lo que antes era aterrorizador y misterioso, lo que no es de este mundo, no existe. Todo es de este mundo. Todo está dentro de nosotros, ocurre dentro de nosotros y entramos y salimos unos de otros: es así. Y está muy bien». A sus 85 años, edad con la que dirigió «Saraband», Bergman sabía que le quedaban pocos violoncelos por tocar, y la conciencia de esa mortalidad es la que impregna una obra de cámara en la que sus protagonistas parecen traspasarse el alma con palabras de acero y miel. Todo es realidad en este mundo aparte y solitario en el que habita, en su retiro en la isla de Faro, el director de «Persona». No hay un ápice de condescencia en los diálogos que Bergman ha escrito para que Liv Ullmann y Erland Josephson vuelvan a reunirse, treinta años después de «Secretos de un matrimonio», ampliando la empatía y el resentimiento de sus personajes a una sensación de muerte inevitable pero delicada, casi confortable, anaranjada como una hoja suicida. Huelga decir cómo están los actores en «Saraband»: así son en el cine de Bergman, grandes, inabarcables en su diminuta desmesura.
Siguiendo un impulso, Marianne visita a Johan, pero, lejos de pedirle cuentas y pasar factura, sólo parece querer acompañarle en sus últimos días de odio sereno y estival. En la casa de invitados están Henrik (Börje Ahlsted), hijo de un matrimonio anterior de Johan, y su hija Karin (Julia Dufvenius). La interacción de los cuatro se traduce en diez escenas que son otras tantas zarabandas, bailes eróticos de dos voces que desnudan el espíritu de todas las hipocresías que el tiempo ha disfrazado. Así las cosas, sería fácil calificar a la última película de Bergman como «teatro filmado», despreciando la intensidad de una cámara que no sólo se acerca sino que taladra. El plano medio, compuesto desde el pictoricismo etéreo, casi amenazante, que imponen los diálogos, está a años luz de lo que conocemos como academicismo. Es posible que «Saraband» sea modesta, aunque no por esa razón es menos sorprendente el modo en que Bergman sigue creyendo en la religión de la imagen y el sonido, en el instante revelador durante el que lo entendemos todo. Una breve sucesión de planos de un paisaje montados en fundido encadenado o la entrada de Karin en la casa de su abuelo mientras suena a todo volumen una sinfonía son sencillos momentos de vida que demuestran hasta qué punto Bergman, al contrario que otros compañeros de generación (véase Antonioni), podría seguir haciendo gran cine hasta el día de su muerte.

el bálsamo de ullman
Si evocáramos el dolor sofocante de «Gritos o susurros» o la guerra verbal de «Sonata de otoño» al hablar de «Saraband» estaríamos manejando la misma materia prima, que no es otra que las cicatrices abiertas de la intimidad, pero parece que Bergman ya no necesita imitarse limitándose. Se ha pasado al vídeo de alta definición, ha aparcado cualquier intención simbólica en su discurso y se ha olvidado de efectismos vanos. Las palabras de odio que Johan vomita sobre Henrik, el hijo despreciado, el hijo que necesita dinero, el hijo que ha volcado su amor asfixiante, casi al límite de lo incestuoso, sobre una hija que es el fantasma de su esposa muerta, no necesitan nada más que el odio. Es decir, los sentimientos que aparecen aquí son tan auténticos que se bastan a sí mismos, y tienen suficiente con pelearse con guantes de terciopelo en ese ring que es el encuadre, en ocasiones untado por el bálsamo de la presencia de Ullmann, voz narradora que, en los preciosos prólogo y epílogo, mira a cámara y revuelve las fotos de la memoria como una espiritista que invoca ese alma que se resiste a resolver sus cuentas pendientes con los vivos.
Y ese alma se llama Anna. Y no está, pero todo gravita alrededor de ella. Porque, en realidad, «Saraband» es el diálogo que cuatro personajes en busca de amor intentan establecer con la ausencia. La difunta mujer de Henrik, la bondad que hizo conmover a un hombre con el corazón de piedra, que protegió a una hija que estaba predestinada a heredar su trono. No es extraño, pues, que la verdadera protagonista esté muerta: como si Bergman supiera que ahora los fantasmas se diluyen en sus fantasías, que nada es más real que cuando uno sabe que le quedan pocas ocasiones para escuchar a Bach, organiza su relato alrededor de un vacío. Y no es un vacío tan desolador: a pesar del suicidio, a pesar de una noche compartida por dos ex amantes que sólo calientan su lado de la cama, las pesadillas empiezan a desaparecer. El desenlace, con la foto de Anna en las manos de Marianne, es triste, pero está tan lleno de sabiduría que pone la piel de gallina. «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos», decía un poema de Pavese. «Bienvenida sea», parece decir Bergman. «Lo sé todo sobre ti. Y te quiero».

Sergi Sánchez


Canción del día: "El norte está lleno de frío" (Ilegales)

Frase del día: "Gabinete Caligari son mejores que The Cure" (Patricia Godes en "La Edad de Oro")

Famosos avistados: Christina Rosenvinge (concierto de Minus Five en la sala El Sol)



3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Jajaja, ahora sólo falta que te flipe un comentario arrebatado sobre "Ordet". Yo creo que Alberto debería escribirlo.

5:30 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

pero quien es la patricia esa?? pero que friki...Cure forever

9:34 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

"Tengo en casa un single de The Cure y nunca lo pongo", decía,jejeje. !Qué bueno!. Parecía una adolescente electro-clash de las de hoy en día.
Lo dicho: qué lástima no haber tenido algo así en los 90. ¿Os imaginais, por citar algunas opniones chocantes, a Víctor Lenore sosteniendo que Lagartija Nick son una mierda, a Jesús Llorente cargándose el country de un plumazo como género insustancial o a Luis Calvo diciendo, allá por el 94, que en España se está haciendo música mejor que Inglaterra y que se lo pusieran ahora de golpe?.
¿Y un duelo Silvania/Los Planetas, la irrupción de los Fresones o las polémicas con tonipop sí/tonti pop no"?
¿Y darle micro a Nachoe Vegas dentro de ese ambiente libertino?
Qué lástima, qué lástima ...

12:15 a. m.  

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