martes, noviembre 27, 2007

"La vida interior de Martin Frost", de Paul Auster. Una hora y media en la cabeza de un escritor.

Como tanta otra gente, me encanta el Paul Auster escritor, al que, curiosamente, me enganché gracias a "Smoke", la película que hiciera junto a Wayne Wang a principios de los 90. Luego dirigió en solitario "Lulu On The Bridge" y la cosa ya no me gustó tanto: tenía ideas pero, al traspasarlas al lenguaje cinematográfico, se perdía a la hora de plasmar ese torrente de pensamientos en una estructura de imágenes.

Casi una década después, Auster vuelve al cine sin que nadie haya podido disuadirle. Y la cosa no mejora. Para empezar, reincide en esa obsesión por las historias sobre escritores que escriben historias (la metaliteratura, como el metacine, me cansa), planteada ya sin ningún tipo de disimulo. El protagonista, David Thewlis (Martin Frost), es el personaje de un relato narrado omniscientemente por el propio Auster, se encuentra en una casa de un tipo (apedillado Teraus, ¿lo pillan?) plagada de fotos del real Paul Auster. Frost es un escritor que comienza un relato cuyo protagonista es él mismo, que es un escritor que está escribiendo un relato.

La estructura de muñecas rusas encuentra un primer impulso en lo que es el típico recurso del creador masculino intelectual y carnalmente pajillero. Frost se duerme y, cuando despierta, se encuentra en la cama a Iréne Jacob, que prepara una tesis de Filosofía, se ha leído todos los libros del tipo, es fan y, en menos de 24 horas (¿dónde hay que firmar?) , se le insinúa transparentemente y acaban, de nuevo, en la cama, pero esta vez follando. Pero, como suele suceder en este tipo de historias (el avezado escritor ya debería saberlo), tras este planteamiento idílico siempre tiene que haber algo muy chungo.

Claro que, en lugar de una típica trama "Atracción fatal" (que sería indigna de Auster, tal como, condescendientemente, planteará luego con la llegada de un tercer personaje con pretensiones de escritor, cosa que él aprovecha para reírse a costa de la literatura de baratillo y afirmar que la suya es mejor, como si lo necesitara), la cosa se convierte en una retorcida reflexión sobre las relaciones entre el escritor y su musa, los tormentos creativos, lo que es real y lo que no y otra serie de consideraciones farragosas que a veces me recordaron a aquello de "el relato con ventajas" planteado por Medem en "Lucía y el sexo".

A medida que la cosa se va liando, la peli va cayendo en picado hasta que culmina con la entrada de un cuarto personaje: Sophie Auster (¿por qué?), que encima se pone a cantar a capella sin ningún sentido. Y ahí la cosa ya se arruina definitivamente.